SÉPTIMO DÍA

RITA, MUJER CREYENTE, MUJER ESPIRITUAL

1. Señal de la cruz

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

2. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

3. Oración preparatoria para todos los días

Señor y Dios nuestro, admirable en tus Santos. Venimos a ti, el único Santo, atraídos por el ejemplo de Rita, tu hija predilecta. Nos encomendamos a su poderosa intercesión y queremos imitar su vida de santidad.

Pues tú nos mandaste: “Sean santos porque Yo soy santo”. A la vez, tu Hijo nos ordenó: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

Padre de bondad, concédenos poder contemplar durante esta novena con gran admiración y devoción las maravillas que obraste en tu sierva Rita.

Hoy nos unimos a todos los devotos de santa Rita para darte gracias por los ejemplos de santidad que en ella nos dejaste. Concédenos imitarla en la tierra, para que así podamos alabarte con santa Rita y con todos los santos para siempre en el cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

4. Datos históricos

Los biógrafos presentan a Rita como una mujer extraordinaria que pasó por las diferentes situaciones de la vida, dando ejemplo de humildad, de fe y de fortaleza. Rita fue antes que nada una mujer creyente.

La fe le permitió a Rita brillar con luz propia en las circunstancias más difíciles, inesperadas y contradictorias de la vida. Siempre aparece como mujer fuerte y digna, que encuentra dentro de sí una fuente de incalculable energía, humana y espiritual, adornada con delicadeza femenina.

No se desmorona con los embates de la vida, como aquella primera contradicción entre la propia voluntad y la de sus padres, acerca de su vocación al matrimonio o a la vida monástica.

La fe le permite hallar la voluntad de Dios, no la suya. Aprende a obedecer. Aprende sufriendo, negándose a sí misma, desde la fe.

Es una mujer de profunda espiritualidad e interioridad. Cada circunstancia la medita en su corazón, ora, pide luz y así puede digerir las contradicciones de la vida y los conflictos existenciales:

la originalidad de la vocación humana y cristiana inevitablemente revestida de opciones y renuncias definitivas, de por vida; las ofensas de su esposo, la injusticia de una muerte a traición, el deseo de venganza y el resentimiento de los hijos; el misterio del pecado y la obstinación del odio y la venganza, la necesidad de la fidelidad; la perseverancia a toda costa en medio de los vaivenes de la vida; la crueldad de la soledad sobre todo durante la viudedad o en el silencio del convento, la urgencia de sacar fuerzas de la debilidad…

En todas estas circunstancias y experiencias, su personalidad creyente crece y se robustece.

Rita se crece en las dificultades. Aparece firme: mujer creyente que edifica su vida sobre la roca de la voluntad de Dios, la negación de sí misma, la obediencia a Dios.

Desea complacer a Dios antes que a los hombres. Por la negación de sí misma busca la gloria de Dios y su propia libertad interior, siempre en obediencia confiada.

Rita busca siempre la gloria de Dios. Vive de la fe, y progresa avanzando de fe en fe. No resulta nada fácil. Por eso, pasa noches enteras en oración, somete su cuerpo con penitencias y privaciones.

Dios debe crecer y ella disminuir. Trata de considerar todas las cosas del mundo desde Dios, pues “lo que no procede de la fe es pecado”, según san Pablo; es carnal, no aprovecha.

Ella se siente afincada en Dios, lo único necesario, todo lo demás es relativo, no merece la pena tomarlo muy en serio; todo pasa. “Pasa el espectáculo de este mundo. Las penalidades de esta vida no se pueden ni comparar con el premio que nos espera”.

Todo es relativo, sólo Dios basta, con Él nada nos falta. Rita se esfuerza toda su vida en conseguir lo infinito, lo que no se pasa ni se muda.

Gracias a la fe, Rita pudo ver, en medio de paradojas, la disposición de Dios y su plan sobre ella en cada detalle de su vida. Todo estaba bien, Dios lo permitía todo, no era la suerte ni la casualidad, ni la fatalidad de la vida, ni la maldad de los hombres…

Era la Providencia de Dios Padre que todo lo permitía para su bien, y dosificaba las pruebas que le enviaba, para que, absolutamente todo, contribuyera al provecho de Rita, a la gloria de Dios y a la salvación de los hombres. Sus cosas personales apenas importaban…

La fe le permite a Rita desembarazarse de la maraña de las opiniones y miras humanas:

No se queja, no se compara con los demás, no pide cuentas a Dios, no reniega de nadie ni de nada, no echa la culpa a nadie, no acusa, no sueña inútilmente en otra «suerte» para su vida, en otros padres, en otro esposo, en otros hijos, en otros enemigos, en otros conventos, en otras circunstancias, en otra superiora…

Asume sus raíces vitales, su vocación, los planes de Dios y su fidelidad.

Por eso aparece digna y noble, inexpugnable como un peñón, mujer de fe. Por la fe, todo lo ha entregado a Dios en su corazón, ha renunciado a todo por Dios, lo ha sacrificado en su corazón como Abraham sacrificó por la fe a su propio hijo Isaac.

Y, así Rita, como Abraham, podrá recuperarlo todo, pero en Dios; podrá tenerlo todo y poseerlo con provecho: A su esposo, a sus hijos, a sus parientes, al mundo… pero en Dios; por eso, tanto aquí como en la eternidad. Nada está perdido. Todo se llena de bendición.

Además, gracias al sacrificio de la fe, Rita no daña ni destruye nada de lo que toca, pues todo lo ama en Dios y por Dios; no perturba, ni desordena nada; como diría san Agustín, no corrompe nada porque todo lo ama en Dios, con orden, con un «amor ordenado, y, por eso, con paz.

La vida de Rita transcurre en el silencio, en la obediencia, en la servicialidad: En la santidad de los hijos de Dios.

Por eso, Rita fue una mujer feliz, una mujer plena en todos los sentidos de la Palabra. Hizo de Dios su única riqueza. Con el salmista, pudo decir: Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.

En medio de todos los sufrimientos y contratiempos de la vida Rita experimentó los consuelos de Dios y la satisfacción de su propia conciencia. La fe le permitía estar por encima de las contingencias de la maraña de la vida humana.

Comprometida como nadie, pero a la vez libre como nadie, relativizando todo en Dios. Ella siempre vivió enamorada de su Señor. Estaba llena del Espíritu y gozaba constantemente de sus consuelos.

Nadie le pudo arrebatar la paz del Espíritu: El Señor es mi pastor, nada me falta, aunque pase por valles oscuros, nada temo porque el Señor va conmigo… Me ha tocado un lote hermoso. Me encanta mi heredad. El Señor es mi lote perpetuo…

5. Fuentes bíblicas

Abraham es el padre de todos los creyentes. Dios irrumpió en su vida. Dios le exigió dejar un estado de vida para entrar en otro mundo maravilloso, el mundo de la fe. Abraham se puso en camino, no hacia un lugar determinado sino hacia un interlocutor que le hablaba como amigo y le tenía reservadas gracias inimaginables.

Y se puso en camino sin saber hacia dónde. Pues Dios, que le llamaba, no habitaba en ninguna parte, y a la vez estaba en todas partes. Con la convección de que en ninguna parte podría encontrar el descanso definitivo: Sólo en Dios. Pues «hiciste, Señor, para ti…»

En la medida en que prefiriese a Dios por encima de todas las cosas, podría gozar de la intimidad divina.

Leemos en el Génesis 12, 1-5: Yahvé dijo a Abraham: “Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que Yo te mostraré. Haré de ti una nación grande y te bendeciré.

Engrandeceré tu nombre y tú serás una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. En ti serán benditas todas las razas de la tierra”.

Partió, pues, Abraham como se lo había dicho Yahvé, y junto con él fue también Lot.

Abraham tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán. Abraham tomó a Sara, su esposa, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la fortuna que había reunido y el personal que había adquirido en Jarán y salieron para dirigirse a Canaán.

La carta de los Hebreos 11, 1-2.13-16.33-39, nos habla y nos comenta el talante espiritual de los hombres creyentes:

La fe es el esfuerzo por conseguir la manera de tener lo que esperamos; el convencimiento respecto de lo que no vemos. En ella se destacaron nuestros antepasados…

Por la fe, Abraham, llamado por Dios, obedeció la orden de salir para un país que se le daría como herencia, y partió sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como forastero en esa tierra prometida. Allí vivió bajo tiendas de campaña…

La muerte los encontró a todos firmes en la fe. No habían conseguido lo prometido, pero de lejos lo habían visto y contemplado con gusto, reconociendo que eran extraños y viajeros en la tierra.

Los que así hablan, hacen ver claramente que van en busca de una patria, pues, si hubieran añorado la tierra de la que habían salido, tenían la oportunidad de volver a ella. Pero no, aspiraban a una patria mejor, es decir, la del cielo.

Por eso Dios no se avergüenza de ellos ni de llamarse su Dios; pues a ellos les preparó una ciudad.

Ellos, gracias a la fe, sometieron a países, establecieron la justicia, vieron realizarse las promesas de Dios, cerraron las fauces a los leones.

Apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, sanaron de sus enfermedades, se mostraron valientes en la guerra, rechazaron a los invasores extranjeros, sin hablar de mujeres cuyos muertos fueron devueltos a la vida.

Otros murieron apaleados y no aceptaron la transacción que los hubiera rescatado, porque preferían alcanzar la resurrección. Otros sufrieron la prueba de las cadenas y de la cárcel.

Fueron apedreados, torturados, aserruchados, murieron a espada, fueron errantes de una a otra parte, sin otro vestido que pieles de cordero y de cabras, faltos de todo, oprimidos, maltratados.

Esos hombres, de los cuales no era digno el mundo, tenían que vagar por los desiertos y las montañas y refugiarse en cuevas y cavernas.

Todas estas personas fueron alabadas por su fe, pero no por eso consiguieron el objeto de la promesa. Es que Dios preparaba algo mejor todavía y no quería que llegaran al término antes que nosotros.

Esta sumisión amorosa y total a Dios justifica al hombre y le alcanza la salvación plena, porque ése es precisamente el primer fruto y consecuencia de la fe: pues todo lo que no hacemos de acuerdo con lo que creemos es pecado (Romanos 14, 23).

La fe sin obras está muerta. Su obra primera es el amor, como enseña el Deuteronomio en 6, 4-5: Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé-único. Y tú amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

En el Nuevo Testamento, 1 Pedro 1, 18-20, se nos recuerda: No olviden que han sido liberados de la vida inútil que llevaban antes, no con algún rescate material de oro o plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin mancha ni defecto.

En 2, 9 de la misma carta, leemos: Ustedes, al contrario, son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios eligió para que fuera suyo y proclamara sus maravillas.

San Pablo completa esta exhortación: Han sido comprados por Dios a gran precio, por eso no se hagan esclavos de hombres (1 Corintios 7, 23).

Sigue exhortando san Pablo: Ahora ustedes han sido lavados en el nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, y por el Espíritu de nuestro Dios, y están consagrados a Dios y en amistad con Dios (1 Corintios 6, 11).

¿Acaso no saben que sus cuerpos son parte de Cristo? El que se une al Señor, se hace con Él un mismo espíritu. ¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en nosotros y que lo hemos recibido de Dios?

Ustedes ya no se pertenecen a sí mismos. Sabiendo que fueron comprados a un gran precio, procuren que sus cuerpos sirvan para la gloria de Dios (1 Corintios 6, 15-20).

6. Consideraciones agustinianas y patrísticas

Para Agustín sólo Dios es la medida del hombre: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en ti”.

El hombre no puede entenderse fuera de Dios: sólo en Dios conoce y es conocido, sólo en Dios encuentra el sentido de su vida. A la vez, sólo en Dios encuentra validez y peso, fundamento. Sin Dios, el hombre no vale, no tiene consistencia, ni siquiera podría existir.

Y una vez creado, si Dios no lo afirmara constantemente con su voluntad y amor creadores, volvería a la nada: sólo en Dios, por tanto, existe, se desarrolla, es bueno moralmente y, por último, puede realizarse y ser feliz aquí y en la eternidad. Nada lo puede satisfacer a fondo fuera de Dios.

La vida en Dios es principio de unión e integración en el ser humano y, a la vez, fuente de toda realización afectiva. De esta manera, san Agustín va señalando los fundamentos ontológicos, sicológicos, éticos y espirituales de nuestra vida como creyentes.

San Agustín fue eminentemente honesto, y buscador infatigable de la verdad. En ese camino no se salió por la tangente, sino que, sin torcerse ni a izquierda ni a derecha, entró por la puerta de la humildad y caminó por la sumisión y la fidelidad: Es el camino de la interioridad agustiniana, interioridad transcendida.

El cristiano, instruido por san Agustín, entra en su propio mundo interior sin miedos, descubre allí las limitaciones humanas y clama a Dios para superarse; renunciando siempre a toda solución imperfecta, superficial o falsa, quiere trascenderse a sí mismo para llegar a la Verdad, a la Bondad suma, al Bien supremo, a la Felicidad plena, a Dios.

Y todo eso, porque él se experimenta pobre, deficiente, limitado, pecador… y busca con toda su alma una solución digna del hombre, buscador infatigable de la verdad y la felicidad.

Lo expresa bellamente san Agustín:

“No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad, y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo; mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma dotada de razón; encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende”.

Las Constituciones de los Agustinos Recoletos recogen de manera sintética esta espiritualidad agustiniana:

“El hombre, por la soberbia, se aparta de Dios; cae en sí mismo y resbala hacia las criaturas, disipándose en la dispersión de las cosas temporales. Sólo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación por la humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí mismo, donde comienza a buscar los valores eternos, reencuentra a Cristo y reconoce a los hermanos. Ésta es la interiorización trascendida agustiniana, principio de toda piedad”.

A continuación señala lo específico de la recolección agustiniana: “Éste es el recogimiento o recolección de la Forma de Vivir, camino que lleva derechamente a la contemplación, a la comunidad y al apostolado. La especial vocación del agustino recoleto es la continua conversación con Cristo, y su cuidado principal es atender todo lo que más de cerca lo pueda encender en su amor.

La recolección es un proceso activo y dinámico por el que el hombre disgregado y desparramado por la herida del pecado, movido por la gracia, entra dentro de sí mismo, donde ya lo está esperando Dios e, iluminado por Cristo, maestro interior sin el cual el Espíritu Santo no instruye ni ilumina a nadie, se trasciende a sí mismo, se renueva según la imagen del hombre nuevo que es Cristo y se pacifica en la contemplación de la Verdad.

Es también espíritu y ejercicio de oración. Es finalmente espíritu de penitencia y de continua conversión, que limpia el corazón para ver a Dios, y es manifestación de ese mismo espíritu en las obras externas por las que aparece lo que hay dentro” (números 11 y 12).

Santa Rita bebió en estas venas de la espiritualidad agustiniana, ya desde niña, y particularmente cuando profesó como religiosa agustina en el convento de Casia.

Es una mujer adornada con los dones y frutos del Espíritu Santo. Como mujer espiritual todo lo probó y se quedó con lo mejor. Ella pasó por los estados de la vida asumiendo todas las situaciones desde la fe y llenándolo todo con el suave perfume de Cristo. Adornada con los dones del Espíritu floreció en todos los campos dando frutos de santidad.

Según narran los hagiógrafos, la vida de Rita fue toda una floración del Espíritu, un derroche de santidad. Las múltiples manifestaciones del Espíritu las narra un autor espiritual del siglo IV de manera magistral en una homilía que vamos a reproducir.

Nosotros aplicamos a Rita ese escrito, y nos imaginamos cómo pudo ser la acción del Espíritu en el alma de nuestra Santa en los distintos momentos de su vida. El escrito dice así:

“Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de manera invisible y suave por la acción de la gracia.

A veces, lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y llanto, encendidos de amor espiritual hacia el mismo.
Otras veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grandes que, si pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción de buenos o malos.

Otras veces, experimentan un sentimiento de humildad que los hace rebajarse por debajo de todos los demás hombres, teniéndose a sí mismos por los más abyectos y despreciables.

Otras veces, el Espíritu les comunica un gozo inefable.

Otras veces, son como un hombre valeroso que, equipado con toda la armadura regia y lanzándose al combate, pelea con valentía contra sus enemigos y los vence. Así también el hombre espiritual, tomando las armas celestiales del Espíritu, arremete contra el enemigo y lo somete bajo sus pies.

Otras veces, el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad y paz, gozando de un excelente optimismo y bienestar espiritual y de un sosiego inefable.

Otras veces, el Espíritu le otorga una inteligencia, una sabiduría y un conocimiento inefables, superiores a todo lo que pueda hablarse o expresarse.

Otras veces, no experimenta nada especial.

De este modo, el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados, según la voluntad de Dios que así la favorece, ejercitándola de diversas maneras, con el fin de hacerla íntegra, irreprensible y sin mancha ante el Padre Celestial.

Pidamos también nosotros a Dios, y pidámoslo con gran amor y esperanza, que nos conceda la gracia celestial del don del Espíritu, para que también nosotros seamos gobernados y guiados por el mismo Espíritu, según disponga en cada momento la voluntad divina, y para que él nos reanime con su consuelo multiforme.

Así, con la ayuda de su dirección y ejercitación y de su moción espiritual, podremos llegar a la perfección de la plenitud de Cristo, como dice el Apóstol: Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo”.

7. Peticiones o plegaria universal

Presentemos a Dios nuestras peticiones implorando que nos inspire el Señor sentir y actuar como lo hizo santa Rita en toda su vida.

1. Señor, que te has revelado a los hombres,
– por la intercesión de santa Rita, muéstranos tu rostro, aumentándonos la fe en tu palabra de verdad, y nuestro amor a tu Hijo Jesucristo.

Invitación: Roguemos al Señor.
Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

2. Señor, tu sierva santa Rita conservó la paciencia en medio de tantas pruebas y tribulaciones;
– haz que en nuestra vida no seamos jamás motivo de molestia, o irritación para los demás.

3. Señor, que te glorificaste en la vida familiar de santa Rita, utilizándola como instrumento de salvación para su esposo y sus hijos;
– haz que nosotros seamos colaboradores tuyos en la salvación de los hombres, comenzando por nuestros propios hogares, comunidades religiosas o eclesiales.

4. Señor, que concediste a santa Rita la constancia de llamar a las puertas del monasterio hasta ser admitida como religiosa;
– haz que aprendamos el valor del sacrificio y el de la perseverancia en todas las circunstancias de nuestra vida.

5. Señor, que moviste a santa Rita para que prefiriese la muerte de sus hijos a verlos manchados por el pecado del odio y de la condenación eterna,
– enséñanos a perdonar a nuestros enemigos y a vivir en paz con todo el mundo, para que así podamos gozar nosotros mismos de tu paz y bendición.

6. Señor, que diste a santa Rita la paz y la tranquilidad en el monasterio después de tantas penas como había sufrido,
– suscita muchas vocaciones a la vida religiosa, donde muchos hijos tuyos alcancen lo único necesario y adelanten el Reino a este mundo.

7. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener por la intercesión de santa Rita en esta novena.

8. Señor, que por tu resurrección venciste a la muerte y permitiste que Rita participara de tu victoria,
– concede la vida eterna a todos los fieles difuntos y en particular a los devotos de santa Rita.

Preces específicas para el día séptimo

9. Oh Dios, que nos has dado en tu Hijo Jesucristo todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia,
– haz que no queramos saber otra cosa sino a Jesucristo y Jesucristo crucificado.

10. Oh Dios que nos has dado el Espíritu de tu Hijo,
– concédenos ser dóciles a sus inspiraciones para que podamos crecer a la estatura de Cristo llevando a plenitud todas las cosas en Él, para gloria tuya.

Oración conclusiva

Dios Todopoderoso, que te dignaste conceder a santa Rita amar a sus enemigos y llevar en su corazón y en su frente la señal de la pasión de tu Hijo, concédenos, siguiendo sus ejemplos, considerar de tal manera los dolores de la muerte de tu Hijo que podamos perdonar a nuestros enemigos, y así llegar a ser en verdad hijos tuyos, dignos de la vida eterna prometida a los mansos y sufridos.

Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

8. Padre Nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

9. Oración final para todos los días

Oh Dios y Señor nuestro, admirable en tus santos, te alabamos porque hiciste de santa Rita un modelo insigne de amor a ti y a todos los hombres.

El amor fue el peso de su vida que la impulsó, cual río de agua viva, a través de todos los estados de su peregrinación por este mundo, dando a todos ejemplo de santidad, y manifestando la victoria de Cristo sobre todo mal.

Ella meditó continuamente la Pasión salvadora de tu Hijo y compartió sus dolores “completando en su carne lo que faltaba a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia”.

Aleccionada en su interior por la consolación del Espíritu Santo, Rita se convirtió en ejemplo de penitencia y caridad, experimentando continua y gozosamente, cómo la cruz del sufrimiento conduce a la alegría verdadera y a la luz de la resurrección.

De esta manera, se convirtió en instrumento de salvación al servicio del Dios providente, para bien de todos los hombres, sus hermanos, sobre todo en su propio hogar, en su familia, y finalmente en la comunidad agustiniana y en tu Iglesia.

Te damos gracias, oh Padre de bondad, fuente de todo don, y te bendecimos por las maravillas obradas en la vida de santa Rita de Casia, tu sierva. A la vez, te imploramos ser protegidos por su poderosa intercesión, de todo mal, llegando a cumplir tu voluntad en todas las circunstancias de nuestra vida, de acuerdo a los ejemplos de santidad que Rita nos dejó.

Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

10. Gozos a santa Rita

CORO

Tú que vives de amor,
y en el amor te recreas,
bendita por siempre seas,
dulce esposa del Señor.

ESTROFAS

1. Cual del ángel la belleza
difunde luz celestial,
exhalaba su pureza
tu corazón virginal.
Danos guardar esa flor,
que es la reina de las flores,
y ponga en ella su amor
el Dios de santos amores.

2. Santa madre, santa esposa,
en las penas y amarguras
brindaba tu amor dulzuras,
como fragancias las rosas.
Trocando en templo tu hogar
buscaste en Dios el consuelo:
almas que saben amar
hacen de un hogar un cielo.

3. Como esposa del Señor
con alma de serafín,
en tu amor ardió el amor
del corazón de Agustín.
Amor que Dios galardona
y en prenda de unión divina,
brota en tu frente una espina
y una flor en su corona.

11. Himno a santa Rita de Casia

Gloria del género humano,
Rita bienaventurada,
sed nuestra fiel abogada (tres veces)
cerca del Rey soberano.

Nido de castos amores,
fue tu corazón sencillo,
claro espejo, cuyo brillo
no hirieron negros vapores.
Haz que nunca amor profano
tenga en nuestro pecho entrada.

Gloria del género humano…

NOTA: Los contenidos de esta Novena a Santa Rita están tomados, con la debida autorización, del librito publicado por Ed. Paulinas, Lima 2015. Asociación Hijas de San Pablo, Lima, Perú.